Carla, la imagen del abandono

Carla era vieja. Arrastraba su cuerpo tumorado, una otitis purulenta, un corazón viejo y muy dañado por las calles. Su cuerpo estaba cubierto por suciedad, pulgas, garrapatas, calvas y nudos. Sus uñas eran tan largas que parecían garfios. Que te mantenía viva, pobre viejiña, era un misterio. Pero allí estabas, de pie en la curva. Y como la suerte de los desamparados rara vez os sonríe, un coche decidió que eras un obstáculo y te saco de su camino.

Tu destino habria sido el de muchos otros, atropellados, abandonados a su suerte, agonizando en la carretera, con el frío calando tus huesos y el dolor paralizando tus sentidos. La lenta agonía de los invisibles.



Alguien se paró Carla, y quizás por unos instantes soñaste que eran las mismas manos que te tocaban las que alguna vez te dieron cariño, unas manos que alguna vez te quisieron cuando eras un bonito cachorro. Tu añorada infancia, un retazo de felicidad.Lo que después ocurrió fue tan confuso. El dolor, ese terrible dolor.



Sobreviviste dos largos días, pequeña, en los que durante unas horas, volviste a ser la reina de la casa, la que recibía atenciones, la que premiaban con cariño. Dormías en cama blanda, estabas todo el día acompañada, incluso tenias una gata pesada empeñada en hacerte compañía. No estabas sola. No tenias frío, ni hambre. Pero algo no iba bien.

Carla, te fuiste sin saber que ya tenias casa esperando que te recuperases, una casa de verdad, donde el ser vieja y enferma no importaba. Tus cansados huesos, tu dolorido corazón no podían soportarlo. No fue tu corazón, ni las fracturas, ni los tumores lo que al final pudieron contigo Carla. Fue tu alma partida y años de sufrimiento. Tu mirada lo dice todo pequeña Carla.

Espero que donde estés tu mirada sea limpia y hayas conseguido olvidar todo lo que el ser humano te ha hecho sufrir, excepto esas manos que te aliviaron al final del camino.